martes, 5 de junio de 2012

Relato: ¡Malditos!

Habían pasado seis años desde la masacre de Cecilia Nova Cruxis, pero Felipe lo recordaba como si hubiera sido ayer. Para los archivos imperiales tan sólo había sido una batalla más en la pacificación del sector Cecilia. Una derrota que se perdía como una gota en una tormenta oceánica, una de las muchas que acontecieron. Aunque finalmente el planeta había terminado siendo reconquistado por las tropas de la guardia imperial, la resistencia orca había sido mucho mayor de la esperada. Por encima de pérdidas, un nuevo planeta había sido recuperado, y eso era lo importante, otra muesca en la vara de mando del Capitán general Francisco Pizarro.

Tan sólo una sencilla inscripción en los archivos generales de la cruzada hacía referencia al XIII regimiento de regulares doborianos: destruido en campaña. La realidad de aquella escueta frase era un poco más compleja. No todos los componentes del XIII habían perecido. Cuando las tropas de refuerzo consiguieron acabar con los restos del ejército orco y entrar en las ruinas de la ciudad, encontraron un superviviente. El último soldado de la XIII. Alguien que debería de haber muerto, pero que, inexplicablemente, seguía con vida, agarrando una espada de energía y rodeado por una pila de cadáveres orcos.

Tan sólo el emperador sabía los motivos por los cuales le había mantenido con vida. Recordaba los últimos momentos como algo vago, una imagen borrosa con algunos retazos de realidad bien definidos, como las últimas palabras del comisario Oregón, que le había entregado su espada para que la moral de la tropa no decayera, o el momento en que su capitán había dado la orden de luchar hasta la muerte, cuando ya todo estaba perdido. No se acordaba de las muertes de sus otros compañeros, ni de la cantidad de enemigos a los que había derrotado, ni siquiera podía explicar cómo había sido capaz de acabar con ellos. No pudo explicar gran cosa al tribunal militar, pero tampoco importó. Había sobrevivido y había aguantado la posición. Desde aquel día, el soldado Felipe Santos fue elevado al estatus de héroe imperial, y se le concedió el rango de teniente por méritos en combate, algo tan inusual como ver llover hacia arriba.

Para Felipe, su único mérito había sido el no haber muerto un minuto antes. Si las tropas no hubieran llegado cuando lo hicieron, tampoco lo hubieran encontrado con vida. Hubiera muerto desangrado, puesto que el brazo izquierdo le había sido amputado a la altura del codo. Tan sólo había sido una cuestión de suerte. Suerte de que el general Pizarro se encontrara en ese preciso momento a pocos kilómetros del lugar, visitando como rara vez hacía, la primera línea de combate, con su séquito de limpiabotas y lameculos, con su cirujano personal, al que no dudó en ordenar que implantara al héroe de Nova Cruxis un brazo biónico.

Algunos veían en este nombramiento un movimiento estratégico del propio capitán general para subir la moral a la tropa y convertir una serie de derrotas aplastantes en una gran victoria moral, el descubrimiento de un héroe imperial. Ello explicaría el motivo por el cual lo habían ascendido tan categóricamente. También le aseguraba la supervivencia al héroe, porque no eran pocos los que lo consideraban el causante de la masacre. Un gafe. Pero no es lo mismo un soldado gafe, que un teniente gafe. El primero no puede mandarte fusilar por insubordinación. Durante los últimos años Felipe había estado lidiando entre quienes esperaban milagros del héroe imperial, y quienes deseaban verle muerto, entre los oficiales de carrera que lo consideraban un intruso y los que lo veían poco más que un títere político. Largos años en los que había aprendido el oficio de mandar a los demás a morir manteniendo limpia la conciencia.

Tras la liberación de unos cuantos sistemas, la campaña había experimentado una nueva evolución. Los últimos bastiones orcos estaban siendo asediados y el general Pizarro decidió expandir su frente hacia planetas que, antiguamente, no habían pertenecido a dominio imperial. Como siempre ocurre en estos casos, se aprovechaba el despliegue de medios para aumentar los mundos de dominio imperial. El nuevo objetivo eran una serie mundos en algunos de los cuales se pensaba que habitaba la antigua raza de los eldars. Se los conocía como mundos exodita y eran un bocado muy apetitoso para cualquier raza en expansión. A nadie se le ocurría plantearse cómo era posible que, siendo objetivos tan perfectos, todavía siguieran en poder de una raza en decadencia.

Hacía menos de dos meses que el XII regimiento de regulares doborianos había desembarcado en uno de estos mundos, denominado EX223-4467 y rebautizado como mundo Pizarro Primario. Era el paraíso hecho realidad. Temperaturas cálidas y agradables, vegetación y fauna no hostil, tierras planas y, a simple vista muy fértiles, mares, lagos y ríos en abundancia. Y también eldars, muchos eldars que habían salido de sus escondites en cuanto la fuerza invasora puso el pie en los primeros indicios de civilización que encontraron. Unas pequeñas ruinas sin importancia que los alienígenas defendieron como si les fuera en ello la vida.

Desde el primer combate, se habían ido sucediendo escaramuza tras escaramuza. Allí donde los eldars presentaban batalla eran masacrados y destruídos. Intentaban retrasar el avance imperial con una guerra de guerrillas, sacrificando pequeñas fuerzas o tratando de llevar a los humanos hacia emboscadas mortales. Nada de esto los detenía. Si bien algunos grupos de combate se habían perdido, las tropas humanas, formadas en tres columnas paralelas, seguían avanzando hacia lo que, desde la órbita planetaria, definieron como el asentamiento principal. Aunque nadie sabía si se trataba de más ruinas o de edificios en uso, su tamaño y la bravura con que los eldars intentaban detener la marcha, les reafirmaban en su creencia de que se trataba de un lugar importante.

El grupo de ataque de Felipe estaba integrado en la tercera columna. El chimera de mando del teniente viajaba en la parte delantera de la formación. Las tropas de infantería avanzaban a pie, al lado de los vehículos, lo que hacía el avance más lento, ya que debían de moverse a su paso. Hacía poco más de una hora que habían levantado el campamiento y se habían puesto en marcha. Era una mañana soleada muy bonita.

- Teniente, un mensajero.- le dijo el cabo Pérez, su segundo al mando. El jinete se acercó al chimera y le entregó en mano una placa de datos; nuevas órdenes del general.
- Estamos jodidos.- soltó Felipe en el interior de su vehículo, tras leer las nuevas, mientras le pasaba la placa al cabo.- Nos han ordenado tomar varios objetivos muy importantes.
- No creo que tengan ni puta idea de lo que hay allí.- dijo el cabo.
- Hay una gran fuerza eldar por la zona. Debemos prepararnos para un enfrentamiento.
- Parece que esta vez nos ha tocado a nosotros.
- Somos tan buen cebo como cualquiera. Ordénale al quinto batallón que se dirija a las nuevas coordenadas. Ya sabes cuales son.- dijo el teniente mientras salía de nuevo al exterior, dejando al cabo con la radio, entre juramentos y maldiciones. Aquel parecía un bonito día para morir.

La fuerza de combate del teniente Felipe se separó de la columna principal y se dirigió hacia el sur. Había por allí unas ruinas clasificadas como no importantes. Los objetivos que tenían que defender se encontraban en medio de ellas.

Pasaron varias horas de marcha y llegaron al objetivo a primera hora de la tarde. Divisaron las ruinas desde la lejanía. Decidieron avanzar a resguardo, por un camino que cruzaba una especie de bosque de plantas con un denso follaje. Envió a la caballería por delante para que reconociera el terreno. Si había eldars esperando en las ruinas, no los verían llegar. Si los estaban esperando en el bosque… bien, para algo mandaba a los exploradores por delante.

Mientras avanzaban por el camino, a cubierto de miradas ajenas y todavía bastante lejos de las ruinas, volvieron los jinetes. Habían reconocido toda la zona y no habían detectado nada. Los eldars estaban apareciendo en esos momentos por el otro lado de lo que sería el campo de batalla. Varios bípodes y muchos vehículos.

- Ordena a los hombres que se den prisa y tomen posiciones en estas ruinas.- le dijo Felipe, señalando un mapa, a su segundo.- Quiero que se den prisa, que desplieguen las armas pesadas pero sin que el enemigo los vea. A ver si conseguimos sorprenderles.
- Será difícil, mi teniente. Esos piratas se mueven mucho, y siempre saben lo que vas a hacer.
- Siempre hay una primera vez, cabo.- sentenció el oficial.- Para todo.

La tropa surgió del lindero del bosque, esparcida y moviéndose rápida pero cautelosamente. Los soldados corrían hacia unas ruinas cercanas. Marchaban en completo silencio, con nerviosismo. Sabían que el enemigo estaba cerca. Estaban a punto de entrar en batalla y, por extraño que pareciera, eran ellos los que pretendían emboscar a los eldars.

El soldado Lucas Gutiérrez tropezó y cayó al suelo con un golpe sordo. Con un ligero gemido. Sus compañeros pasaron corriendo por su lado. La hierva que les llegaba hasta las rodillas amortiguó su caída, pero los 15 kilos de peso que llevaba encima le dificultaban el volver a levantarse. Notó que alguien le ayudaba a ello, tirando de la mochila hacia arriba. Cuando por fin consiguió ponerse de pie, se topó con los glaciales ojos del comisario Héctor que le instaban a seguir adelante. Le soltó y siguió corriendo en pos de los demás soldados. Viendo una gabardina negra alejarse al trote hacia las ruinas, notó cómo una mano le golpeaba ligeramente el hombro.

- Eres el último Gutiérrez. Mueve el puto culo.- le susurró el sargento Xano con un tono de voz que transmitía tanto enfado que Lucas hubiera jurado que le estaba gritando con todo el aire de sus pulmones.

Las escuadras ya habían tomado posición. Los soldados preparaban sus pequeños parapetos, se ocultaban con trozos de plantas o se enterraban un poco en el suelo. Decenas de mirillas de rifles laser modelo MkIII apuntaban a los vehículos que permanecían estacionados al otro lado de las ruinas. Desde su posición no llegaban y, aunque así fuera, nada podían los rifles láser contra el blindaje de un tanque. Sin embargo, las dotaciones de armas pesadas estaban terminando de montar las plataformas, y esas sí que llegaban. Los emplazamientos dominaban todo el territorio. Los cañones láseres ya estaban cargados y los lanzamisiles preparados para abrir fuego contra el enemigo cuando el apoyo pesado avanzó. Un hellhound, un leman Russ y un executioner avanzaron para tomar posiciones tras la línea que defendía la infantería.

Empezó a verse movimiento en las filas enemigas. Felipe creía que no los habían visto, pero con los eldars nunca se sabía. Manipulaban la disformidad. Eran peligrosos. Vió movimiento entre las unidades de bípodes, que se parapetaron tras los restos de un edificio cercano. En el momento en que sus tanques se posicionaron, ordenó a todo el mundo abrir fuego.

Los vehículos eldars estaban empezando a moverse cuando una lluvia de fuego láser, misiles y obuses les cayó encima. Habían pillado al enemigo completamente desorganizado. Cualquier fuerza de combate imperial hubiera entrado automáticamente en pánico, los soldados hubieran huído y los vehículos dado media vuelta. Pero esto no eran humanos, sino eldars. Sin duda alguna, su gran prepotencia les haría incapaces de huir frente a un ataque humano. Vió cómo el vehículo más cercano era alcanzado por varias descargas de cañón láser. Una pequeña columna de humo surgió de sus motores y el serpiente cayó bruscamente al suelo. Sus tripulantes lo abandonaron rápidamente antes de que el fuego del leman russ se centrara sobre ellos. Los alienígenas reaccionaron mucho mejor de lo que le hubiera gustado admitir al teniente. Sus vehículos se dispersaron a toda potencia mientras sus bípodes devolvían el fuego. Un segundo tanque fue abatido mientras iniciaba las maniobras de evasión. Los siguientes momentos fueron un cruce de disparos, donde los imperiales tenían las de ganar.

No tardaron mucho en llegar los primeros refuerzos eldars. Vehículos gravitatorios que volaban a toda velocidad. Imposibles de destruir. La lucha se igualó y la gran movilidad de los alienígenas empezó a decantar la balanza a su favor. Felipe estaba organizando el fuego de varias escuadras de armas pesadas cuando el cabo Pérez se le acercó.

- Señor, estos perros están tomando los objetivos que nos habían asignado.
- ¿Cómo?.- Preguntó incrédulo el teniente.
- Me lo acaban de informar por radio los del grupo rojo. Han visto un vehículo eldar situarse sobre un objetivo, y a un grupo de alienígenas correr hacia la misma posición.
- ¡Su puta madre! Vamos a tener que salir a campo abierto.- la cara del cabo se quedó tan blanca como la cal, porque a nadie en su sano juicio se le ocurre salir a correr cuando te están acribillando por todos lados.- ordena al grupo azul que avance hasta el segundo objetivo.
- Pero señor, el fuego enemigo se ha centrado en esa unidad. Están al 30% de sus operativos. Apenas quedan hombres para manejar las dotaciones de armas pesadas. Si los enviamos a ellos, nos quedamos sin fuego de apoyo.
- Coge tu pistola.- dijo al cabo de unos instantes.- Nos toca luchar.
- ¿Vamos a ir nosotros?
- Nosotros mismos. No nos queda otra.- le dijo con una sonrisa.- Contacta con los rough riders, diles que puede que necesitemos una carga de apoyo. Avisa también al hellhound, quiero que achicharre todo lo que haya en la zona. Quiero que haga una barbacoa de eldars.
- El hellhound acaba de ser destruido por una fuerza de asalto enemiga.
- Joder.
- Unos pocos soldados con armas de fusión han desembarcado en la boca de nuestros chicos y estos se les han quedado mirando cómo les reventaban el tanque.
- No me lo puedo creer.- La cara del teniente era un poema.- ¿Escogen a los más tontos para estos tanques o que?
- La unidad del lechero se ha encargado de ellos.
- ¿La escuadra de mando de los lanzallamas?
- Esa misma.- decía el sargento mientras repasaba rápidamente los datos de una consola portátil.
- ¿Y el tanque enemigo?
- Creo que es un vehículo de transporte. Me parece que sigue intacto.- el teniente se quedó unos momentos sopesando sus posibilidades y analizando el panorama.
- Está bien. Ordénale al grupo rojo que no se muevan, que intenten proteger el primer objetivo pero que no dejen de disparar sus armas pesadas contra los vehículos enemigos. El executioner, ordénale que avance hacia el centro, que nos cubra del fuego de esos bípodes. No podemos salir ahí afuera sin cobertura.
- Ya está señor.- dijo tras impartir las órdenes de forma rápida y concisa por su aparato transmisor.
- Pues sígueme.- y dicho esto, salió de las ruinas y se situó tras el tanque imperial que avanzaba a toda velocidad hacia el segundo objetivo, el que estaba situado entre el ejército eldar y los humanos, en medio de todo aquel caos.

El flanco izquierdo se mantenía fuerte, pero el derecho había caído. Los eldars centraban su fuego contra el grupo azul, situado en el centro de la línea imperial, y habían contraatacado al flanco derecho. La salida de los humanos para tomar el segundo objetivo era un ataque un tanto desesperado. Los soldados de la escuadra del teniente abrieron fuego con sus rifles de fusión contra el tanque más cercano, haciendo que tuviera que aterrizar. Cuando una unidad de delgadas figuras se apeó de él, Felipe las reconoció en seguida como las asesinas más despiadadas de toda su raza, las temibles espectros aullantes. Miró a sus hombres, las miró a ellas y volvió a mirar a su unidad. La cara del cabo Pérez reflejaba lo que ambos pensaban: Estamos muertos.

Se produjo un combate brutal entre la unidad del teniente y las espectros. Las asesinas eldars acabaron sin mucha dificultad con la escuadra imperial. Felipe se enfrentó a tan sólo a un par de guerreras. A pesar de las máscaras, pudo sentir su miedo cuando las hojas monofilamento de sus espadas de energía no pudieron atravesar el campo de fuerza del oficial. El contraataque de Felipe les reafirmó en sus temores. Los potentes implantes biónicos por los que había sustituido su brazo amputado le restaban agilidad pero le otorgaban una fuerza sobrenatural. Dos asesinas eldars cayeron, con sus cabezas hechas una pulpa sanguinolenta. Los guerreros especialistas eldars no habían conseguido acabar con la unidad imperial e iban a pagar muy caro su fallo, pues se oía, de fondo, el rotundo pisar de las pezuñas de una unidad de rough riders, lanzados a la carga.

El combate siguiente fue rápido y sangriento. La carga de los jinetes humanos arroyó completamente la unidad alienígena. Sus cuerpos fueron embestidos por los caballos de guerra y atravesados por las lanzas de caza de sus jinetes. Si bien las espectros causaron también bajas entre los humanos, no quedó ninguna de las guerreras en pie para poder contarlo. A modo de venganza, las escuadras de bípodes abrieron fuego sobre su posición.

Felipe se giró y se encontró completamente solo en mitad del campo de batalla. A escasos metros del segundo objetivo, con un tanque eldar volando a toda velocidad hacia él, y un par de guerreros alienígenas que, tras hacer explotar el executioner, se dirigían hacia él para terminar el trabajo. La escuadra de caballería había sido barrida por el fuego de los bípodes. El primer objetivo había sido capturado por un vehículo eldar. Debía de haber estado escondido porque era la primera vez que lo veía. Era sólo cuestión de tiempo que el grupo azul acabara con él, pero parecía una estrategia por parte de los eldars el apoderse de los tres objetivos en ese preciso instante de la batalla, cuando todavía quedaba tanto por decidirse.

En una carrera desesperada se lanzó hacia su objetivo, un pequeño cráter en medio de la nada. Había allí un arcón imperial, una especie de caja enorme de suministros. Había sido lanzada en paracaídas desde no sabía dónde. Una baliza transmitía una señal que podría haber sido captada por cualquier ser vivo con cualquier sistema de detección, por prehistórico que fuese, a cientos, tal vez, miles de kilómetros de distancia. Intentó abrir la caja. Necesitaba un código de seguridad nivel azul. Para él no era problema, cualquier oficial de la guardia podría haberlo abierto. El azul, era un código empleado en caso de necesidad de ayuda inmediata y extrema. Ni siquiera se preguntó por qué necesitaba de un código azul para poder abrir aquella enorme metálica. ¿Les iban a mandar refuerzos?

Cuando introdujo los números en la consola no se abrió el arcón, como hubiera supuesto, ni se apagó la baliza señalizadora. No sucedió nada.

Se escabulló bajo los restos incinerados del executioner segundos antes de que llegara el gravitatorio eldar. Vió llegar también a varios guerreros a pie y cómo una escuadra se apeaba del vehículo y se dirigía a toda prisa hacia el contenedor. Uno de los soldados que vigilaba el perímetro lo detectó, le señaló y apuntó su arma hacia él. En ese momento, una potente luz blanca lo invadió todo. Una sensación de calor y ahogo instantáneo lo envolvió y perdió el conocimiento. El último pensamiento que cruzó por su mente fue para cagarse en la puta madre de los listillos que los habían enviado a él y a sus soldados, como cebo, a morir, y en que se la devolvería si por algún extraño milagro, conseguía sobrevivir a aquello.

- ¡Malditos hijos de puta!


Escrito por Poipoi